El 18 de octubre del año 2019 la ciudad de Santiago se vio azotada por ataques incendiarios, saqueos, medios de transportes y disturbios como respuesta a un alza en el transporte público junto a varios factores de desigualdad económica y social.
Paralelamente, marchas ciudadanas, organizadas vía redes sociales, se desplazaban y ocupaban espacios públicos simbólicos con demanda por mayor dignidad y, por otro lado, voces que reivindicaban por el derecho al trabajo y libertad para ejercer actividades económicas.
Sin embargo, dichas manifestaciones tuvieron su desenlace a partir del 3 de marzo de 2020, cuando el Ministro de Salud en ese entonces, Jaime Mañalich confirmó el primer caso de coronavirus en Chile, específicamente en la ciudad de Talca.
Este acontecimiento provocó inmediatamente un aumento en el uso de las redes sociales y plataformas tecnológicas, modificando los estilos de interacción y participación como, por ejemplo, los seminarios virtuales, webinars y debates online, entre otros.
“De esta forma, la pandemia nos permitió valorar la reducción de la contaminación y optar por un transporte público con emisión cero (…) el desarrollo sostenible como guía para reactivar o reorganizar nuestra economía, modelos de negocios y emprendimientos digitales innovadores provocaron valorar realmente nuestra salud y bienestar como algo elemental”, afirma Reinalina Chavarri, Directora del Observatorio de Sostenibilidad FEN Universidad de Chile.
Sin embargo, en abril de este año, la OCDE, publicó el informe “medidas políticas clave ante el coronavirus, la salud ambiental y resiliencia ante las pandemias”, donde se concluye que, si bien las medidas adoptadas en respuesta a la pandemia de COVID-19 han permitido mejorar considerablemente la calidad del aire exterior en muchos lugares del planeta, llegando incluso a salvar vidas como resultado de esa mejora, es probable que estos efectos positivos sean meramente temporales.
Lo anterior, debido a que a medida que las economías comiencen a recuperarse de la pandemia, factores como la reanudación de los desplazamientos en avión, la circulación y movilidad de la población tanto dentro de una misma ciudad como de una ciudad a otra, sumados a los niveles de producción industrial, provocarán un aumento de la contaminación del aire.
Los objetivos del desarrollo sostenible señalan que el 2050 la población mundial que vivirá en ciudades será del 70% y, junto a las migraciones, configurarán extensos cordones de marginalidad. La pandemia COVID19 nos hace apurar el paso al abordar una seguridad integral para un futuro incierto, complejo e interdependiente.
Al respecto, Soledad Etchebarne, Académica FEN Universidad de Chile, aclara: “El desafío en Chile es apostar por una inversión que reduzca la segregación y minimice las brechas de desigualdad y pobrezas ampliando el horizonte ético de decisiones que fortalezcan nuestra convivencia con mayor inclusión social y económica”.